El maya rebelde

Su nombre es Jacinto Canek

En realidad casi todos los mayas son rebeldes, este pueblo fue de los pocos grupos originarios que se defendió de las incursiones españolas y más tarde se rebelaron en varias ocasiones. Pero hay un personaje que ha sido recordado por su actitud libertadora y rechazo hacia los españoles: Jacinto Canek.

Jacinto Uc de los Santos nació en lo que hoy es Campeche, maya y rebelde de corazón, desde joven fue expulsado del convento en donde estudiaba y se convirtió en panadero, pero su verdadero llamado era la revolución.

 

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Jacinto decía ser el rey de los mayas y por eso tomó el nombre de Can Eek, “serpiente negra”, inspirado en los nombres que tomaban los gobernantes itzáes. Se paseó por varios pueblos mayas pero fue en Cisteil en donde fue bien recibido. Canek decía tener poderes sobrenaturales y que los días de los españoles estaban contados.

El 20 de noviembre de 1761, al terminar la misa en Cisteil, Yucatán, se dirigió a sus compañeros en maya:

“Hijos míos muy amados: no sé qué esperan para sacudir el esposado yugo de los españoles; yo he caminado por toda la provincia y he registrado todos sus pueblos y considerando con atención qué utilidad nos trae la sujeción a los españoles, no hallé otra cosa que una penosa e inexplicable servidumbre“.

 

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Ese mismo día empieza la rebelión.

Canek empezó a instalar su monarquía en Cisteil, seguido por toda la población maya, lo que inquietó a todos los españoles de Yucatán, que recibían informes de que “los indios se volvían irrespetuosos”.

El 26 de noviembre de 1761, los españoles llegaron a Cisteil con toda su artillería, incluyendo cañones y eliminaron a más de 500 mayas que peleaban sin armas modernas. Los que no murieron en batalla fueron llevados a Mérida para un juicio.

 

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En juicio se sentenció a más de 100 mayas involucrados a recibir 200 azotes, la mutilación de una oreja y seis años de trabajos forzados y otros más complementaron su sentencia con el exilio. Para Canek la sentencia fue mayor: fue desmembrado, quemado vivo y sus cenizas arrojadas al viento.

Por si no fuera suficiente, el pueblo de Cisteil fue incendiado íntegro y cubierto con sal para conmemorar su “traición”.

Esta rebelión es el antecedente de la Guerra de Castas en 1847, prueba de que los mayas no se rinden. Incluso hoy todavía existen pueblos mayas en toda la península, conservando tradiciones y perpetuando su cultura.