O por lo menos eso es lo que decía José Alfredo Jiménez, ícono de la música mexicana cuyas composiciones siguen vivitas y coleando hasta nuestros días.
José Alfredo Jiménez Sandoval nació en Dolores Hidalgo, Guanajuato, en donde puedes visitar la casa donde pasó sus primeros años que ahora es un museo en su honor, y por supuesto, su tumba, donde puedes compartir unos tequilas con él y los mariachis que se reúnen alrededor.
De niño se trasladó con su familia a la Ciudad de México en donde fue mesero y hasta futbolista. Desde joven le gustó componer canciones y un día le enseñó sus composiciones al guitarrista del trío Los Rebeldes, quien se quedó encantado y lo llevó a la radio en 1948.
Así empezó una de las carreras musicales más fructíferas del país. José Alfredo tuvo un gran éxito como compositor, con todos los cantantes famosos de la época queriendo cantar sus canciones y por supuesto, también como cantante, apareciendo en múltiples programas de televisión y radio.
No es secreto que a nuestro amigo le gustaba bastante la bebida, incluso canta sobre ellos en varias de sus canciones, y desgraciadamente fue esta compañía la que lo llevó a la muerte. José Alfredo murió de cirrosis a la edad de 47 años.
La idea del borracho melancólico nos la pinta muy bien José Alfredo, pero la verdad es que compuso canciones con temas muy variados, desde corridos, huapangos y rancheras que hablan de amor y desamor, del pueblo mexicano y sus tristezas y alegrías.
Sus canciones han sido grabadas y regrabadas en varias versiones, entre las versiones más recientes están las grabadas en 2003 por varios músicos contemporáneos como El Tri, Joaquín Sabina y Maná para el disco “Tributo a José Alfredo Jiménez XXX” y por supuesto las versiones de Luis Miguel que tu mamá (o tú) escucha.