En México sólo hay un rey de la selva: el jaguar. Este felino, el más grande del continente, ha sido objeto de admiración e inspiración para culturas mexicanas a través de los años y llegó a habitar en gran parte del país, desde el norte de Sonora y Nuevo León bajando por sus costas y hasta Oaxaca, Chiapas, Yucatán, Campeche y Quintana Roo.
Los jaguares descansan durante el día y en la noche se preparan para cazar. Casi siempre van solos y se alimentan de mamíferos y algunas aves y reptiles. Estos animales majestuosos viven 10 años en su hábitat natural y hasta 20 en cautiverio y sus hermosos patrones moteados son como sus huellas digitales, no hay dos iguales.
Para las culturas prehispánicas el jaguar fue un elemento importante y esto quedó plasmado en códices, pinturas, esculturas y figurillas en zonas arqueológicas a lo largo del país. En maya le llamaron balam y en náhuatl ocelótl y fue considerado como una de las deidades más veneradas: se le relacionaba con la valentía, el poder, la noche y el inframundo; los guerreros jaguar aztecas, por ejemplo, eran los guerreros más valientes.
Desde hace tiempo está en peligro de extinción debido a la destrucción de su hábitat y la caza furtiva, pero no todo son malas noticias, hoy día la población ha aumentado en un 20% gracias a los esfuerzos combinados del gobierno y asociaciones de preservación. Las principales áreas de protección para este felino son Calakmul y Sian Ka’an, en el sureste de México.